domingo, junio 18, 2006

Dominó

Entonces si vuelves,
cuando vuelves,
(lo haces)
me traes desde lejos
esa dulzura que te es tan propia.

Con ella me acunas como una niña,
me premias con un chocolate gigante
por tanta ausencia injustificada.
Me besas los ojos, las manos, los hombros,
me abres el pecho y pones tus manos sobre él,
bendiciendo el sentimiento y el miedo.
Por igual a ambos porque sentir
es sublime, ambos lo sabemos.
Y me avisas, sin decirlo
(y yo entiendo)
que volverás a marcharte.

No escucho porque me alcanza mirarte.
Te observo como una niña y te dejo hacer.
Porque increíblemente confío
en aquello. Que es instintivo. Que nace
de la eternidad de tu alma.
Llevo mis manos a tus mejillas,
que es casi una necesidad constante
de mi cuerpo.
Me abandono, me dejo hacer,
te dejo hacer, navego silenciosa
dentro de tus ojos que me abrazan.

Renuncio a entender.
Renuncio a la cordura
Renuncio a cualquier expectativa,
y me abandono.
Un intenso agradecimiento sin lógica
nace dentro mío de sólo mirarte.

Todo es tan suave, tan lento,
hay tanto cuidado allí en lo profundo,
exploración sin tiempos,
misterios que se abren inexplicables...

Son seres simbólicos que nos acercan el suspiro Shepo,
de lo que los hombres normales llaman sabiduría.

Y yo se que de una manera u otra,
hacia allí vamos,
juntos.

Aún cuando en esta encarnación nos toque hacerlo por separado...

Abril@